Ya son más de las tres de la madrugada y yo no puedo dormir porque hace poco operaron a mi gata y esta noche me toca hacer guardia.
Como tengo algo de tiempo, sueño y mucha carga emocional por todo la situación, he pensado en aprovechar para canalizar este agotamiento generalizado que tengo en algo con lo que he querido experimentar desde hace un tiempo: el relato hiperbreve.
Entré en contacto con el formato hace poco cuando vi el libro Por favor, sea breve, de Clara Obligado, cuya propuesta era una colección de relatos de no más de 33 líneas —que según mis cálculos son entre 200 y 350 palabras—; que no pude comprar —porque ya estaba comprando más mangas de los que realmente necesito—, pero que me dejó con la idea.
En esta ocasión voy a intentar escribir relatos de suspenso que creo que es lo que más o menos encaja en la atmósfera que me encuentro actualmente.
El reloj marcaba las 3:33 a.m. cuando Emma se despertó de un sobresalto causado por un sonido metálico proveniente de la cocina. Todo estaba oscuro y silencioso.
A pesar de vivir sola desde hace unos meses, los recuerdos de su ex aún llenaban cada rincón de la casa.
Intentando convencerse de que aquel sonido era solo el viento. Se levantó y caminó a la cocina, iluminada solo por la luz de la luna, se colaba por la ventana del pasillo. Sus pasos resonaban.
Al llegar, sintió un frío que no encajaba. Notó que una de las ventanas estaba entreabierta. Emma recordaba haberla cerrado antes de irse a dormir.
Miró a su alrededor. Entonces vio un cuchillo. Un cuchillo que no estaba en su lugar habitual en el soporte de madera, sino sobre la encimera, junto a un trozo de papel doblado a la mitad. Emma tomó el papel. Era una nota con una sola palabra escrita: “Espera”.
Las manos le temblaban y el corazón le latía con fuerza. Las preguntas caían por su propio peso. ¿Espera a qué? ¿Quién había entrado en su casa?
Decidió llamar a la policía, pero su teléfono no estaba. Lo había dejado en la vieja mesita de noche que estaba junto a la cama. Al volver al dormitorio, el teléfono estaba allí, pero la pantalla mostraba algo extraño. El reloj mostró 3:32, luego 3:31, 3:30…
Emma no sabía qué hacer. ¿Era una broma pesada? ¿Una amenaza? Mientras la cuenta regresiva continuaba, decidió buscar en toda la casa. Cada habitación, cada armario, cada rincón. Nada. No había nadie.
Al volver a la cocina, la cuenta regresiva estaba a punto de marcar el cero. 0:03, 0:02, 0:01… y entonces, el teléfono sonó. Era un número desconocido. Con las manos aún temblorosas, Emma contestó.
“¿Hola?”, preguntó con voz quebrada.
Una pausa.
Luego, una voz extrañamente familiar respondió: “Emma, se terminó tu tiempo”.
El teléfono cayó al suelo. El reloj marcaba las 3:33 am. Emma ya no estaba ahí.
La niebla cubría el pequeño pueblo de Prile. Como un manto opaco que todo lo apaga. Nadie recordaba cuándo ni como había empezado, pero llevaba semanas sin poderse distinguir nada a la distancia.
Entre los habitantes, se extendía el rumor de que algo se escondía en esa espesa niebla. Algo antiguo. Peligroso.
Cada mañana, los pescadores encontraban sus redes vacías, como si el mar no albergara más vida. Los niños dejaron de jugar en las calles, sus risas fueron sustituidas por un silencio inquietante. Los perros le ladraban a la niebla, como si vieran algo que los humanos no podían.
Una noche, mientras la niebla se cerraba aún más sobre Prile, Grace decidió investigar. Linterna en mano, la curiosa niña caminó hacia el muelle. En ese lugar la niebla parecía más densa, casi sólida.
A medida que avanzaba, el sonido de las olas se desvanecía y la abrazaba un silencio absoluto.
Al llegar al final del muelle, Grace apuntó su linterna hacia el mar, pero la luz no penetraba la niebla. Fue entonces cuando escuchó algo: un susurro. Era apenas audible, como palabras dichas en un idioma olvidado. La niebla comenzó a moverse, revelando figuras que no parecían humanas.
Sintiendo un miedo primitivo, Grace retrocedió. Pero cada paso que daba hacia atrás parecía acercarla más a la niebla. Así, las figuras se hicieron más claras para la niña, más definidas. Deformes vestigios que alguna vez debieron haber sido personas. Sus ojos vacíos parecían mirarla con una mezcla de súplica y advertencia.
Entonces, sin aviso, la niebla se disipó abruptamente, revelando el amanecer. Un amanecer que bañaba un muelle estaba vacío.
Grace no estaba por ninguna parte, y la niebla no volvió a levantarse sobre Prile. Los pescadores encontraron sus redes llenas una vez más, pero nadie olvidó la mañana en que Grace desapareció, tragada por la niebla. Tragada por sus secretos.